Mi primer maratón (por Seba Amaya desde Montevideo)
Montevideo tuvo su debut en pruebas de 42,195kms. y Sebastián Amaya se animó a
correrla. Así la vivió:
Ya pasaron tres días de mi primera maratón y de a
poco
comienzan a bajar los dolores en las piernas, a la vez que de apoco me
sube el orgullo de
haber tenido mi bautismo en la mítica distancia del atletismo: los
42,195K. Algunos me felicitan mientras que otros me miran como diciendo
"pero vos estás loco".
Luego de haber corrido hace un año una media maratón en
Florida, mi ciudad natal 100 kilómetros al norte de Montevideo, decidí ir por
mi primera maratón. Sabía que la capital uruguaya iba a tener su debut en una prueba
de 42 y entre los objetivos de Año Nuevo me propuse hacerla. Y, después de unas
12 semanas de entrenar solo, porque así lo prefiero, el domingo pasado logré
completarla.
La carrera largó a las 7:00 de la mañana, aún de noche, en la
explanada del Palacio Legislativo, la sede del Parlamento uruguayo. Los
competidores de 42K y 21K salieron a esa hora y 7 minutos después lo hicieron
los de la categoría participativa de 7K, todos diferenciados con remeras de
distintos colores.
Y tras dar una vuelta al Palacio, la prueba arrancó con una
bajada de unas cinco cuadras por Avenida del Libertador, para luego subir un
repecho similar –el más largo y alto del trazado- hasta llegar a 18 de Julio,
la principal avenida de Montevideo, para doblar la izquierda, hacer unos 500
metros, y retornar por la otra senda hasta la Plaza Independencia, donde inicia
la Ciudad Vieja.
Me imaginaba que entre los corredores iba a ver más caras de
concentración y esfuerzo, pero en esos primero kilómetros todo era alegría y
euforia contagiosa.
Tras pasar el tramo “urbano”, el circuito llegó a la rambla
de Montevideo, o costanera como le llaman en Argentina, terreno donde se iba a
desarrollar el resto de la prueba. Se trata de uno de los puntos de la ciudad preferidos
por los runners a la hora de entrenar, con el Río de la Plata a un lado y la
ciudad del otro, prácticamente todo plano, con sol en verano y con mucho frío
en invierno, y también con días en los que el viento nos obliga a volver a
casa, frustrados, al no poder avanzar por su fuerza. Pero este domingo, por
suerte, no fue un obstáculo, si bien se hizo sentir en algunos tramos.
¿Y mi carrera? Hasta ese momento iba todo bien, ¿o mal?
Porque había salido muy rápido, a un ritmo de 50 minutos en los primeros 10K y
tenía planificado hacerlos en 56 para hacer los 42 en unas 4 horas. Fue un error
de principiante que, pese a mi inexperiencia, me sirve para aconsejar a quienes
nunca hicieron una maratón: mantengan la calma en la largada y no salgan a lo
loco.
Como les contaba, la carrera siguió por la rambla. Como guía
turístico les cuento que pasó por la zona de Barrio Sur y Palermo, Playa
Ramírez, Parque Rodó –donde luego sería el punto de llegada- Punta Carretas,
Pocitos, Kibón –donde la organización evitó el repecho de ida-, el Puertito del
Buceo y Malvín.
La organización, a cargo de la Intendencia de Montevideo y
la Confederación Atlética del Uruguay, dispuso de varios puestos de hidratación
y frutas. Además, grupos de corredores ofrecían, a todos los participantes, sus
propios alimentos, además de ponerle color y animar. Para destacar.
Y entre una cosa y otra, escuchando música y viendo un amanecer
inolvidable, se me pasó media maratón, con un tiempo de ¡1:51! Estaba
acelerado.
La carrera siguió por la rambla hasta llegar a Carrasco, uno
de los barrios más exclusivos de Montevideo, y dio la vuelta en la Escuela Naval,
kilómetro 26 de la prueba. Y ahí comenzó mi batalla.
Era como si el cuerpo me hubiera hecho el clic de que era la
hora de volver hasta la llegada. De a poco aparecieron algunos pequeños dolores
en las piernas. Y, supuestamente, aún no había llegado a “El Muro”. Comencé a
bajar el ritmo de carrera de a poco fui ingresando en esa fase de la que tanto
había leído y en la que el único consejo era tener fuerza en la cabeza.
Justo en ese tramo fue donde menos se hizo sentir la gente,
porque pasaba por un lugar en el que prácticamente no había nadie. Sin dudas, fue
el momento que más me costó, en el entorno de los 30 kilómetros.
La carrera volvió a una zona más habitada y de a poco
regreso el aliento de la gente: familias, parejas de veteranos, muchos en
bicicleta, algunos con carteles, músicos tocando samba. Todo sirve para un
corredor que hace su primer maratón solo y en una ciudad grande, en la que
nadie lo conoce.
“El Muro” o lo que sea ya estaba ahí. En cada puesto de
hidratación tomaba agua o Gatorade, me comí un par de ticholos, y llegué a
probar un gel, pero no me gustó y lo escupí. Sabía que me quedaban un par de
cuestas leves y que después se venían los últimos kilómetros, y, por las dudas,
para no arriesgar alguna lesión, decidí subirlas caminando y bajar trotando.
Así lo hice y me metí en el tramo de final de la carrera.
Los 42,195K estaban cada vez más cerca. Un señor con pinta de profesor de
Educación Física me aconsejó: “Mantené el ritmo suavecito que llegás bien”. Y
esa fue la clave, lo importante era llegar. Seguí a un paso bajo, tranquilo,
pese a todos los dolores, y fueron pasando los últimos metros.
Cuando vi la llegada, que parecía que nunca iba a aparecer,
me dio energía para superar a dos corredores –creo que fueron los únicos que
pasé desde el kilómetro 26- y pasar la línea de meta con algo de velocidad
Entre la gente vi a mi novia, que había estado nerviosa por la
exigencia de la carrera, le sonreí, le tiré un beso, y pasé por el arco con las
manos hacia el cielo, recordando a mis tíos Hugo y Edgardo, quienes hace unos
años me iniciaron a correr y hoy me protegen desde el cielo.

Sebastián Amaya
@sebaamaya
Me gustó mucho como lo contaste. Felicitaciones por tremendo logro!!
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