Ejercicio físico como escudo de protección cerebral (por Diego Santoro)
El Ejercicio físico es un escudo de protección cerebral y un estimulador del aprendizaje y la memoria
Cuando empezamos a realizar una actividad física, sea correr, andar en bici, nadar o cualquier otra, nuestros músculos comienzan a contraerse y relajarse y envían al cerebro una serie de sustancias químicas, entre ellas, una proteína llamada IGF-1. El cerebro interpreta ésto como un momento de estrés, como si estuviésemos luchando con algún enemigo o tratando de huir de algún peligro. En respuesta, libera sustancias químicas que protegen a las células nerviosas de daños, las impulsan a crecer, a multiplicarse, a fortalecer las conexiones entre neuronas y otras células nerviosas y a crear nuevas conexiones.
Cuando empezamos a realizar una actividad física, sea correr, andar en bici, nadar o cualquier otra, nuestros músculos comienzan a contraerse y relajarse y envían al cerebro una serie de sustancias químicas, entre ellas, una proteína llamada IGF-1. El cerebro interpreta ésto como un momento de estrés, como si estuviésemos luchando con algún enemigo o tratando de huir de algún peligro. En respuesta, libera sustancias químicas que protegen a las células nerviosas de daños, las impulsan a crecer, a multiplicarse, a fortalecer las conexiones entre neuronas y otras células nerviosas y a crear nuevas conexiones.
De entre todas esas
sustancias, la más importante es el factor neurotrófico derivado del cerebro
(BDNF). El BDNF es esencial durante la formación del sistema nervioso porque
fomenta la capacidad plástica del cerebro para que se adapte mejor a las
situaciones y pueda modificarse en función del ambiente. Al hacer deporte
aumentan los niveles de BDNF y cuanto más BDNF, mayor capacidad del cerebro
para aprender. Por eso después de hacer ejercicio nos sentimos más despejados y
vemos las cosas con más claridad mental.
Al mismo tiempo que el
BDNF se liberan las endorfinas. La finalidad de estas sustancias químicas es
minimizar la incomodidad del ejercicio y bloquear la sensación de dolor. Además
están asociadas con un sentimiento de euforia.
Se ha visto que bastan tan
sólo tres meses de ejercicio para que aumenten los niveles de BDNF en el
cerebro. Lógicamente, no todos los deportes influyen de igual forma. Correr,
jugar un partido de básquet o de fútbol, nadar, o ir en bici, al ser actividades
en las que se ponen en marcha coordinación y pensamiento, tienen efectos mucho
más positivos sobre la plasticidad neuronal que hacer pesas.
Del mismo modo, hacer
ejercicio intenso durante un tiempo y después abandonarlo tampoco sirve de
nada. Se ha visto en animales de laboratorio que, si dejan de hacer deporte,
sus niveles de BDNF vuelven a la normalidad. Sin embargo, si un sujeto ha
realizado ejercicio de forma regular a lo largo de su vida y, por la causa que
sea, durante un tiempo lo deja, el cerebro guarda una especie de memoria.
Cuando el individuo retome el deporte un tiempo después, su cerebro recuperará
los niveles de BDNF antes y mucho más rápido que animales sedentarios.
Hacer ejercicio de forma
regular contribuye a generar una reserva cognitiva que actúa como una batería.
Se puede arrancar durante la vejez o en situaciones vitales en las que sea
necesaria, por ejemplo, si aparece una enfermedad como el Alzheimer, para
minimizar su impacto.
El BDNF y las endorfinas
son las que provocan la sensación de bienestar y euforia que nos invade tras
practicar deporte. En el fondo, esta sensación es similar a la que desencadenan
drogas como la heroína o la cocaína ya que se ha visto que, con el tiempo, se
necesita más ejercicio para lograr el mismo nivel de euforia.
Sin embargo, una reciente
investigación realizada en el Darmouth College, en Estados Unidos, demostró que
no es necesario machacarse cada día en el gimnasio o convertirse en atleta
profesional para que nuestro cerebro, y el resto del cuerpo, se beneficien del
deporte y ésto contribuya a mejorar nuestra salud y nuestro nivel de felicidad.
20 minutos de actividad
física, realizada a conciencia, son suficientes para las personas que llevan
una vida sedentaria. Una cosa es el ejercicio que se hace para mejorar el
rendimiento deportivo y otra muy distinta el ejercicio para tener una mejor
salud. Para lograr esto último no es necesario correr maratones ni pedalear
hasta la extenuación en una clase de spinning. Sólo tenemos que hacer algo.
Que el deporte sea
beneficioso para la salud de nuestro cerebro no significa que sea la panacea.
Las funciones cerebrales son extremadamente complejas y su mejora no se puede
atribuir a un sólo factor. También influyen la genética (algo que no podemos elegir
y que marca nuestra capacidad) y el trabajo intelectual. Si no practicamos nada
de deporte es como si plantásemos una planta y no la regásemos. Probablemente
esa planta no crecerá mucho. En el otro extremo, practicar mucho deporte sin
realizar trabajo intelectual, tampoco sirve para gran cosa. Sería como abonar
mucho la tierra, sin echar ninguna semilla. Lo ideal es abonar nuestro cerebro
con ejercicio y trabajo intelectual.
Foto: NG Photos
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