Carlos Andrada: Maratón 1. Nueva York
¡Todos tenemos un plan! Al menos si
vamos a correr una maratón, y mucho más aún si vamos a correr 4 maratones en 3
semanas.
El hecho de compartir el vuelo y el hotel con muchos de mis compañeros de running team lo hizo todo en un principio muy ameno y divertido, incluso viviendo la fiesta del desfile de banderas que las delegaciones de todos los países realizan un par de días antes donde sería el lugar de llegada de la carrera. Sin embargo, rápidamente noté que los rostros, sensaciones y sentimientos eran diferentes: mientras los demás sabían que ese domingo 1° de noviembre dejarían absolutamente todo para hacer sus mejores marcas y al día siguiente se tomarían el avión de regreso, yo debía ser mucho más cauteloso y consciente que al día siguiente lo único que sabría es que mi carrera (y mis vacaciones) recién habían comenzado. Decidí mantener esta "locura" en el más absoluto de los secretos (sólo mis entrenadores lo sabían); era algo personal, mi rodilla y yo contra esas 4 carreras, nada más.
El hecho de compartir el vuelo y el hotel con muchos de mis compañeros de running team lo hizo todo en un principio muy ameno y divertido, incluso viviendo la fiesta del desfile de banderas que las delegaciones de todos los países realizan un par de días antes donde sería el lugar de llegada de la carrera. Sin embargo, rápidamente noté que los rostros, sensaciones y sentimientos eran diferentes: mientras los demás sabían que ese domingo 1° de noviembre dejarían absolutamente todo para hacer sus mejores marcas y al día siguiente se tomarían el avión de regreso, yo debía ser mucho más cauteloso y consciente que al día siguiente lo único que sabría es que mi carrera (y mis vacaciones) recién habían comenzado. Decidí mantener esta "locura" en el más absoluto de los secretos (sólo mis entrenadores lo sabían); era algo personal, mi rodilla y yo contra esas 4 carreras, nada más.
¿Y cuál era ese plan? Debía pensarla
como una carrera en 4 partes, nunca en 42 kms. sino en los casi 170 kms. que debía
recorrer. Para ello tenía que elegir un ritmo para ir muy holgado y terminar
cada una de las "partes" lo más entero posible, pensando en cuidarme
la rodilla lesionada y en las maratones por venir. Sin buscar tiempos, sobrado,
pero tampoco paseando, claro. Teniendo en cuenta lo poco que había entrenado
durante el año me pareció que 4 horas por carrera estarían bien, que podría
disfrutar y llegar así al arco final de la última prueba en Filadelfia.
El día de la carrera, brillantemente
organizada, llegamos muy temprano pues el bus nos llevó directamente a Staten
Island sin necesidad de subirnos al
ferry, y cuando llegó la hora de que la segunda oleada del corralón azul
escuchara el cañonazo de salida, la suerte ya estaba echada. El enjambre de
corredores y la subida al Verrazano lo hacen al principio todo un poco lento,
pero una vez que se lo abandona para entrar en Brooklyn y se empieza a
disfrutar del millón y medio de personas que te alientan a tu paso a lo largo
de los 42.195 mts. uno puede cometer el error de trasladar esa algarabía en
mayor velocidad y así salirse de lo previamente estipulado. Todo es una fiesta
pues los estadounidenses tienen muy claro que el deporte es un show, y así
escuché hasta el cansancio a personas que me alentaban con el "go,
Charlie, go" al ver la inscripción de mi nombre en la remera con la que
corría, y "choqué los cinco" con la mano de cuanto niño me extendió
la suya y canté cada tema interpretado por las bandas que tocaban al paso.
Subimos por la tercera y luego la cuarta avenida y al llegar al km. 10 me quito
los guantes porque todo el frío que suele hacer en esta prueba este año dijo
ausente. Entre los kms. 15 y 20 y ya transitando por el coqueto Williamsburg
noto que el pinchazo que me transmitía la rodilla en cada paso comienza a
desaparecer y así llego a Queens y transito el duro Queensboro Bridge que te
deposita en Manhattan con más ánimo aún, como si toda aquella fiesta no fuera
motivo más que suficiente. Una larga embestida por la First Avenue hasta el
puente que te cruza al Bronx y otro puente más hasta el Harlem donde una banda me recibe con el tema de U2 que
habla del ángel de ese barrio. De inmediato la parte más dura de la carrera con
una larguísima trepada por la Quinta Avenida y paralelos al Central Park al que
ingresamos subiendo y bajando y la emoción se hace total cuando visualizo
varias banderas argentinas que me empujan con ese grito tan nuestro ¡ Vamo´
Argentina, carajo ! Central Park West, la llegada y una emoción contenida;
acabo de ser parte de uno de los eventos deportivos más lindos del mundo. El
reloj me marca el tiempo esperado, estoy intacto, nada de cansancio, nada de
dolor, todo tal cual lo planeado.
Al día siguiente uno se pasea orgulloso
por toda la ciudad con la medalla colgada y recibe
el "congratulations" de muchos
desconocidos que lo ven a uno casi como un héroe.
Así, el lunes por la mañana en Times
Squares presencié con mi presea el programa de t.v. Good Morning América que
emite la cadena ABC y en donde estaba invitada una cantante que me encanta:
Alanis Morisette. Ella, quien ya corriera la maratón de New York un par de
veces, al pasar a mi lado tomó mi medalla, la miró, me miró a los ojos y con la
más bella sonrisa me felicitó con un "Good job" que jamás olvidaré.
Pero esto, esto recién comenzaba, pues la maratón de Harrisburg ya me tenía
asignado mi dorsal.
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