Maratón de la Muralla China (por Lourdes Aguiar)
Cómo expresar en palabras la emoción del sueño
cumplido… Hoy, a días de haber logrado el objetivo, tengo una mezcla
inexplicable de “no puedo creerlo”, “qué duro fue” y “sin dudas volvería a
hacerlo”… me da alivio y felicidad que ya haya pasado (y nostalgia a la vez).
La Maratón de la Muralla China es algo con lo que
fantaseábamos hace años. Lo palpitamos mirando videos, fotos, charlando con
gente que ya se había animado al desafío. Entrené mucho, lo disfruté, me quejé
del cansancio y los dolores… pero seguí. Cada semana que abría el correo que me
mandaba nuestro entrenador Diego Santoro lo palpitaba con nerviosismo. En los
últimos entrenamientos ya tocaba fin de semana de doblete: sábado cuestas y
domingo 35 km (por poner un ejemplo). Llegó un momento en el que sentía que
estaba preparada y, aunque nerviosa, sentía que se podía.
Cuando llegamos a China, un país que me deslumbró en
muchos aspectos, las cosas cambiaron. Me invadieron aún más los nervios. Quizás
no lo exteriorizaba tanto… pero estaba muy tensionada. Ejemplo de ello fue que
cuando abrí la bolsa del kit de la maratón y vi mi dorsal, la remera, y mi
nombre escrito en un papel (como cristalizando el desafío) estallé en llanto.
Y así fueron esos días previos. Las excursiones del
viaje duraban todo el día y nos dejaban exhaustos. En cierto aspecto me
preocupaba llegar al día “D” tan cansada, pero a la vez pensaba: “no viajé 30
horas, hasta la otra punta del mundo, para quedarme en el hotel”. Y estaba
feliz de estar ahí.
El día del “reconocimiento” todos imaginamos que
íbamos a ver la muralla… pero no, la “conocimos” en el sentido amplio de la
palabra. Tuvimos que recorrer el tramo que íbamos a hacer durante la maratón,
sólo que ese día íbamos a tener que hacer ese camino de ida, y de vuelta. Ahí
conocimos cuán dura era la muralla… muchos se bajaron de categoría, y se
pasaron a los 21 km, porque los 42 parecían bastante difíciles. Y lo eran.
Finalmente llegó el día. Sábado 21 de mayo. 8 horas
(la salida se daba en 4 turnos y a nosotros nos tocaba el último). 21 horas del
viernes en la Argentina. Ya le había encomendado a todo el mundo que rece por
mí. Salimos del hotel muy temprano y
llegamos con mucho frío. Eran las 5.30 de la madrugada. Se palpitaba mucha
emoción. Yo estaba feliz. No podía creer dónde estábamos. Aún hoy no caigo.
Llegó el momento de correr. En el video de los minutos
previos a la salida se me ve con la boca torcida, señal de que tengo los
humores cambiados. Quería llorar, gritar, correr, tirarme en el piso. Creo que
todo se me pasó cuando vi que los primeros 5 km eran de subida constante.
Cuesta pura. Después, la muralla. Imposible correrla. Escalones altos,
desnivelados, mucha gente avanzando y frenándote, bajadas estrepitosas en
piedras rotas… había que cuidar la pisada (un resbalón o torcedura hubiera sido
terrible) y había que cuidar las piernas… guardar energía porque ese era recién
el primer tramo de la carrera.
El frío inicial mutó en un calor insoportable. Sin
exagerar habremos tomado más de 6 litros de agua durante el recorrido. Sol
fuerte, boca seca, y muchísimos km de cuestas. Las bajadas eran cortas y
estrepitosas, de esas que tenés que ir frenando porque si no terminás a los
golpes.
Muy dura. Tremenda. Así defino la maratón en los
videos que hicimos durante el recorrido. La mochila de hidratación era como
llevar a alguien a cocochito. Y eso que tanto entrenar con ella, ya nos
habíamos hecho súper amigas.
Todos lo que corrían (o la mayoría) conocían las
carreras de montaña. Walter y yo éramos los atrevidos… yo había entrenado
escalones, cuestas y con mucho calor, pero nada se compara a esa maratón.
Las piernas no se en que km me abandonaron. Y tomaron
la posta, el corazón y la cabeza. Durante el recorrido nos acordábamos de las
palabras de Diego. Pensaba en mis papás, en toda la gente que nos daba ánimo.
Esta experiencia había tomado dimensiones impensadas. Todo el mundo sabía que
nos íbamos a China, y nos alentaba. En esos km lo pensaba… y me emocionaba.
Después del recorrido por las aldeas, se volvía a
subir a la Muralla y para finalizar, se hacían los 5 km iniciales, ahora en
bajada.
Por suerte ese día los dolores no existieron. Hoy
todavía noto las secuelas del esfuerzo, pero quién me quita lo bailado? 7
horas, sí: 7. Siete horas maravillosas.
Si lo volvería a hacer? Por supuesto. Fue una de las
experiencias más lindas de nuestras vidas. Durísima. Pero hermosa.
Desde que volví a casa no paro de googlear “maratones
raras”, “maratones difíciles”, “maratones curiosas”. Sí… ya estoy pensando en
un nuevo desafío. Desierto o selva, quién sabe. Pero desde ya que no me voy a
quedar con las ganas de volver a vivir semejante experiencia como la que
pasamos en la Muralla China. Dura, sí, pero inexplicablemente maravillosa.
Gracias a Dios y a la vida por ello. Y un gracias inmenso a Walter, mi
compañero de km (y de locuras).
Que decir que no les haya dicho antes. Los seguimos desde el grupo Loquitos por Correr y le iba transmitiendo su historia a mis conocidos. Gente que ni idea de running, me preguntaba cuándo llegan tus amigos de la Muralla. Una locura la que generaron y un orgullo tenerlos de amigos.
ResponderEliminarMarcelo Tibu Distéffano
Excelente relato, es como vivirlo en carne propia, felicitaciones !!!
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